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Archive for October 24th, 2011

Artículo publicado originalmente  en GoldMoney Research el 23 de octubre.

Una crítica a las medidas habituales de la inflación

Los bancos centrales afirman luchar contra la inflación. En muchos casos, su compromiso con la estabilidad de los precios se ha elevado al mayor rango constitucional posible en sus propios estatutos. Dado que la inflación depende en último término del crecimiento monetario, es plenamente lógico que los bancos centrales se preocupen por controlar la inflación. De hecho, una inflación persistente mermará el poder de compra del dinero, lo que deteriorará su eficacia como medio universal de cambiodepósito de valor y unidad de cuenta de la economía. Pero, ¿de verdad que los bancos centrales persiguen la estabilidad de los precios? La respuesta dependerá, entre otras cuestiones, de cómo midamos conceptos tan controvertidos como la inflación. Aparentemente, su medición es fácil y trivial. Creer esto es un completo error y puede llevar a negativas consecuencias para el buen desarrollo de la política monetaria.

Cuando hablamos de estabilidad de precios nos solemos referir únicamente a la de los precios de los bienes y servicios destinados al consumo, que medimos con el Índice de Precios de Consumo (IPC). Ahora bien, este índice recoge solamente los precios de una cesta “representativa” de bienes y servicios de una familia media. Por tanto, por su propia definición, no mide la evolución de todos los precios de la economía, sino únicamente la de una selección de bienes y servicios destinados al consumo final. Por ello, no puede ser un buen indicador del poder adquisitivo de la moneda, dado que deja de lado la evolución de muchos otros precios como los de los activos reales y financieros. Estos matices no son insignificantes ni banales, y merecen una explicación en detalle.

Durante la última fase expansiva de la economía, hemos visto cómo el IPC permanecía más o menos estable (aunque con una deriva inflacionista de un 1-2% anual), mientras que los precios de los activos financieros y del sector inmobiliario crecían de manera extraordinaria. Y, sorprendentemente, ¡todos decían que disfrutábamos de estabilidad de precios! No sólo ahora sino también entonces sabíamos que no era así. Por otro lado, la elección del IPC como indicador de los precios forma parte de una estrategia monetaria que no contempla expresamente variables monetarias en la explicación de la inflación; y esta omisión es esencial para poder entender el fracaso de los bancos centrales en mantener el poder de compra de la moneda, así como la estabilidad financiera, incluso bajo mandatos legales que establecían la estabilidad de los precios como prioridad.

¿Por qué entonces las autoridades económicas eligen el IPC como indicador de la inflación? Siguiendo una aproximación keynesiana a la política monetaria, la mayoría de los bancos centrales explican la inflación a corto plazo como el resultado de un exceso de la demanda agregada en relación con la oferta agregada existente de bienes y servicios (en la jerga habitual, un output gap positivo). Bajo esta perspectiva teórica, es la demanda (y con ello el consumo final) la variable central en la explicación de la inflación y el dinero no juega un papel central en la explicación de la inflación, ya que no habría una conexión explícita entre el excesivo crecimiento del dinero y la subida de los precios. Por ello, en este esquema teórico sí cabe perfectamente un indicador que mide únicamente la evolución de los bienes de consumo. Además, el IPC es in indicador mensual que transmite información a los bancos centrales para poder intervenir activamente en el mercado. Con todo ello, la explicación mayoritaria de la inflación en la actualidad (derivada del llamado modelo neo-Keynesiano) tiene dos grandes defectos muy relacionados entre sí: (1) se realiza mediante un indicador parcial como el IPC y (2) tiene un sesgo corto-placista que ha dejado de lado al dinero en la explicación de la inflación, lo que ha conducido a un exceso de activismo en la política monetaria.

En definitiva, la inflación, o lo que es lo mismo, el deterioro del poder de compra del dinero, son en el largo plazo el resultado de un exceso de crecimiento monetario. Por ello, una medida alternativa y más rigurosa de la inflación pasaría por definirla como el crecimiento de la oferta monetaria por encima del crecimiento de la oferta real de los bienes y servicios de la economía. Esta es una aproximación más general y explicativa de la inflación que, de haber sido utilizada durante los años de la última expansión, habríamos evitado, o al menos suavizado, el colapso vivido del sistema financiero mundial. Y ello es así porque el excesivo crecimiento monetario registrado especialmente en los años de la llamada “Gran Moderación” (con crecimientos de la oferta monetaria superiores al 10% anual en la Eurozona en 2006 y 2007) habría sido una señal de alarma monetaria y de inestabilidad financiera. Y es que buena parte de los años de la Gran Moderación no lo fueron en el ámbito monetario; el dinero sí importa, así como una correcta medición de la inflación.


Juan Castañeda
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