¿Es el oro dinero”
(Basado en la versión más extensa del artículo publicado el día 27 de Julio de 2011 en Expansión, titulado “El Tesoro, las monedas estatales y el oro”).
Como podrán ver de forma más detallada en el artículo que acaba de salir en Expansión, a los banqueros centrales, incluso cuando se trata de prestigiosos profesores de universidades de prestigio, parece habérseles olvidado qué fue el oro y su relación con la cotización actual de las monedas fiduciarias (es decir, las monedas y billetes que no pueden ser canjeados por oro ni tienen ningún valor intrínseco). En pocas palabras, fue durante siglos la formas de dinero más habitualmente utilizada por comerciantes y familias para fijar sus operaciones de pago y atesorar riqueza.
Y ello fue así hasta hace bien poco, en concreto hasta el período de entreguerras del siglo pasado. Hasta esos años, circulaban tanto el oro como la moneda nacional en los países más desarrollados y civilizados del momento, liderados por la entonces potencia que era el Reino Unido. Y no parecía funcionar del todo mal: la economía mundial creció de manera sostenible (si bien no exenta de crisis periódicas) desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial y, en paralelo, se preservó (de verdad) la estabilidad de compra del dinero. Y digo de verdad porque no es que no hubiera inflación, que las hubo, pero fueron en general de escasa magnitud y, además, fueron acompañadas de ligeras deflaciones que eran el resultado de la multiplicación de la oferta productiva en mercados mundiales cada vez más abiertos y competitivos. En media, bien podemos asegurar que el nivel de los precios hacia 1850 se parecía muy mucho al de 1914. No se molesten en comparaciones; es mejor no hagan la cuentas con lo ocurrido con el nivel de precios de hace sólo una década … .
A partir del final de la Segunda Guerra Mundial, aún con el sistema del sistema de tipos de cambio fijos que ligaba en último término al dólar de EEUU con el oro, de facto, las monedas nacionales se fiduciarizaron y fueron perdiendo su valor de compra de manera muy notable. De hecho, el sistema era en la práctica fiduciario ya que se abandonó el sistema de patrón oro y se acabó con la circulación de monedas de oro. En realidad, por ley, ya sólo podían circular las monedas nacionales, monopolizadas por el Estado a través de su Banco Central. Además, todo nexo, por remoto que ya era, del dólar de EEUU con el oro terminó con la primera crisis del petróleo en los años 70 y, desde entonces, el papel del oro como moneda de referencia parece haber caído en saco roto para políticos y gestores públicos.
Ahora bien, que caiga en saco roto para el común de la población es una cosa y otra bien distinta es que sea prácticamente dejado de lado por los banqueros centrales. Eso evidencia la perplejidad y los titubeos con que contestó el presidente actual de la Reserva Federal de EEUU, Ben Bernanke, a la pregunta de un congresista sobre si el oro es o no dinero. He de remitirles al artículo citado de Expansión para más detalles de esa muy interesante comparecencia ante el Congreso. Si hemos llegado a este punto es por la mala docencia hecha desde las universidades, y por la escasa pedagogía cotidiana que parece presidir la gestión monetaria y financiera de los actuales administradores de la cosa pública; muy especialmente en lo que atañe al dinero.
Desde siempre se ha dicho que el dinero permite (1) servir como unidad de cuenta para contratos y transacciones, (2) liquidar operaciones de intercambio y deudas de manera inmediata y eficiente y (3) ser utilizado como depósito de la riqueza de la gente. Bien, de la función 3 no tenemos noticia en los últimos 40 años; se ha deteriorado tanto el poder de compra de las monedas fiduciarias estatales que ya nadie utiliza este dinero para atesorar parte de su riqueza. Una de dos, o bien gestionamos las monedas nacionales para preservar el poder de compra del dinero (que es una de sus características esenciales), o bien la función 3 habrá de desaparecer ya no sólo en la práctica sino también en los propios libros de texto. En cuanto a las funciones 1 y 2, sólo permanecerán en tanto en cuanto el dinero estatal viene impuesto legalmente y no es fácil eludir tal obligación. A pesar de ello, todos podemos ahorrar o firmar contratos privados en oro o plata o en otra moneda considerada más fuerte o estable que el euro o el dólar americano. De hecho ello ya se ve desde hace años, y es que se vienen depreciando las monedas nacionales peor gestionadas (las más inflacionistas e inestables) y ello merma las ganancias por señoreaje de sus “señores”, que no son sino los viejos Estados Nación que se han encargado desde hace más de 50 años de utilizar el dinero a su casi entera discreción. En esta misma linea, muchos optan por invertir en oro para atesorar su riqueza. ¿Nos será porque ven en el oro una forma de dinero que preserva su poder de compra? Y digo bien, dinero, porque es además líquido, en la medida en que se puede intercambiar en mercados estables y si no circula y, por tanto no se utiliza normalmente como unidad de cuenta, es por la imposibilidad legal de hacerlo. En todo caso, se advierte en la apreciación de las monedas más fuertes y en el oro, claro está, la desconfianza general en momentos de crisis, pero también una tendencia ya demostrada a castigar a quienes gestionan mal su moneda estatal. En este sentido, la apreciación del oro puede verse como una crisis de la gestión de las monedas estatales cuando son puestas al servicio de los Tesoros nacionales, no siempre bien dirigidos (por ponerlo de manera muy benigna … ).
Habíamos conseguido mejorar algo ese sistema estatal de creación ilimitada de dinero (fiduciario) desde los años 90, con la puesta en práctica de nuevas reglas monetarias que parecían dar independencia a los banqueros centrales para la buena gestión de la moneda nacional; pero las salidas dadas a la crisis actual (especialmente en EEUU) han truncado esa tendencia y han evidenciado así las íntimas, originarias y desestabilizadoras relaciones de los bancos centrales con las necesidades financieras de los Estados.
Juan Castañeda